domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo 22 - UNCENSORED



Capítulo 22: Prelude to Madness

Los segundos pasaban con una lentitud desesperante mientras el azul de su iris y el violeta del mío seguían pegados. Sin darme cuenta, y sin mediar palabra, comencé a caminar hacia él. La verja del instituto estaba abierta para que los alumnos de bachiller pudieran salir durante el recreo, y él la atravesó para avanzar hasta mí. Conforme lo veía más cerca, aceleraba el paso, con una sonrisa creciendo en mis labios. El castaño acabó por correr hasta llegar a mí.

-¡OPHS! ¡Pequeñaja! –chilló, rodeándome las rodillas con los brazos para levantarme del suelo. Me eché a reír cuando me encontré observando el patio desde aquella altura.

-¡Alex, idiota, bájame! –reí aún más fuerte. Él aminoró la fuerza para que me deslizara entre sus brazos hasta abrazarme por la cintura y apretujarme contra él.

-¡Estás adorable con ese pelo! Pareces aún más pequeña en vez de crecer. –se rió junto a mi oreja. Me encantaría haberle contestado, pero sólo podía farfullar cosas inconexas por la apretada que estaba contra su pecho. -¡Estás tan mona! –volvió a chillar, cogiéndome por la cintura para lanzarme por los aires y volver a recogerme. Mi cara de terror al haberme visto volando debía ser muy cómica, porque el capullo de Alex seguía riéndose a pleno pulmón. Me tiró un par de veces más, y cada vez que regresaba a sus brazos, me ponía a patalear para que me soltara.

-¿Quién es ese? –preguntaba Castiel en un gruñido.

-Quizá su novio… -murmuró Lys.

-O su madre. –advirtió Leth, tratando de analizar el comportamiento de Alex.

Se hicieron unos minutos de silencio entre ellos, en los que yo seguía siendo achuchada y espachurrada, escuchando tan solo las palabras “adorable” y “pequeñaja” salir  una y otra vez por la boca del castaño.

-¿Deberíamos interceder? –cuestionó entonces el albino.

-¡Sí! ¡Atacad! –traté de gritarles yo entre achuchón y achuchón, mientras Alex me tiraba de las mejillas.

-A mí eso me suena convincente. –oí farfullar a Castiel.

De pronto, Alex me soltó. Por fin, di con los pies en el suelo y pude respirar tranquila.

-Perdona el entusiasmo. –sonrió mi amigo.

-No… eh… Yo también te he echado de menos. –cogí aire y lo solté lentamente, llevándome una mano a la cabeza como si así pudiera controlar el mareo. –Pero creo que voy a necesitar unos segundos para recuperarme. 

Alex rió entre dientes, pero acabó por agotarle la risa en forma de una sonrisa tranquila.

-Tu hermano me pidió que te diera un abrazo por él. –dijo de pronto. Bajé la mirada, con algo de la habitual melancolía anudándoseme en el pecho.

-Los abrazos de mi hermano no son así. –murmuré. El castaño sonrió muy levemente.

-No, eso sería algo así.

Volví a levantar la vista para verle avanzar con tranquilidad, rodear mis hombros con sus brazos y pegarme delicadamente a él. No había presión en ese abrazo, sólo calor y paz. Sí, eso se parecía más a los abrazos protectores de Ethan. Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, y tuve que cerrarlos con fuerza para detenerlas, rodeando yo también su torso con mis brazos, cogiéndome a su sudadera a la espalda. Casi podía sentir que era mi hermano el que me abrazaba, que Ethan estaba ahí. Pero no era así, y su ausencia, de nuevo, se me clavaba como una daga en lo más hondo de mi alma. Había llorado demasiadas veces aquella mañana, sin embargo, y no podía permitirme más. Tras unos instantes eternos, el castaño me soltó. Me tragué las lágrimas lo mejor que pude.

-Sí, eso sí. –murmuré, recuperando la compostura. Luego me percaté de algo. –Espera. ¿Cuándo has hablado tú con mi hermano? –me sorprendí, cruzando mis ojos con los suyos. Alex sonrió ampliamente.

-Hace dos semanas. Me dejaron ir para llevarle un regalo por su cumpleaños.

Abrí mucho mis orbes violetas.

-¿En serio? ¿Y cómo está? ¿Te dijo algo para mí? –soné ansiosa, y lo estaba, pero él sólo respondió con media sonrisa.

-Está bien, se tuvo que pelear con medio correccional para que no le cortaran el pelo. –rió, y no tuve más remedio que acompañarle. –Como si pudiera dejar de estar bueno con el pelo corto. –bufó el castaño, aun riéndose.

Suspiré y meneé la cabeza con reprobación.

-¿Aún no se te ha pasado? –le pregunté, cruzándome de brazos pero aun sonriendo.

Mi amigo desvió la mirada, con una leve sonrisa triste.

-No creo que se me pase nunca, Ophs… Pero siempre será platónico, no te preocupes. –se volvió y me sacó la lengua, para quitarle hierro al asunto. No pude evitar que la preocupación se asomara en mi rostro, pero él lo ignoró deliberadamente. –En cualquier caso, te echa de menos, y está preocupado por ti.

-Como siempre. –gruñí, rascándome los brazos con nerviosismo.

-Por lo que sé, tiene razones para estarlo. –murmuró Alex, poniéndose mínimamente serio, cosa que rara vez ocurría. Me rasqué con más insistencia, convirtiendo el gesto en un tic nervioso. Yo no le había dicho nada a Ethan de los ataques de Macabria, y me asustaba que se hubiera enterado por otro lado. –Hablaremos de eso más tarde. –me tranquilizó. –Lo primero ahora es… que me presentes a esos dos. –susurró la última frase, con un deje de picardía.

Al principio no lo entendí, hasta que seguí la dirección de su mirada y recordé allí a los Nadie. Me volví a mi amigo al momento.

-Alex, ellos no… -no terminé la frase. Era inútil decirle que Castiel y Lysandro no eran homosexuales, ni bi como él, preferí dejarle soñar. Respiré hondo y le indiqué con un gesto de cabeza que fuésemos hasta ellos.

-Em… Chicos, éste es Alex. –solté nada más acercarnos a donde ellos se encontraban, para luego quedarme mirando cómo iba estrechándoles la mano uno a uno mientras ellos les decían sus nombres.

-¡Soy Leth! –sonrió la morena, la primera en acercarse al castaño.

-Mi nombre es Lysandro. –se presentó el albino.

-Castiel. –gruñó éste, siendo el último.

-Castiel, ¿eh? –murmuraba Alex, aun sosteniendo la mano del pelirrojo, mirándolo fijamente con una sonrisa ladeada en los labios.

-Eso he dicho. –le espetó él, deshaciéndose del interminable apretón de manos del elvenpathita.

Me aclaré la garganta para llamar la atención de los chicos.

-Alex es de mi ciudad y nos conocemos desde críos. –sonreí. –No hay peligro.

-¿Y qué coño haces aquí? –saltó Castiel mirando con desconfianza al recién llegado.

Mi amigo de la infancia sonrió con tranquilidad, como el que está muy acostumbrado a tratar con gente borde.

-Venía a ver a Ophs. –informó. –Y… de paso a darle su regalo de cumpleaños.

El pánico asaltó al grupo cuando Alex mencionó mi cumpleaños. Yo misma enarqué una ceja con escepticismo al oírlo.

-¿Tú cumpleaños? ¿Cuándo fue tu cumpleaños? –saltó Leth, alarmada por no haberse enterado.

-¿Por qué no nos informaste? –murmuró Lysandro, frunciendo levemente el ceño.

-Eh, eh, chicos. –los calmé, extendiendo los brazos para separarlos de mí y tranquilizarlos. –Fue el 22 de septiembre. –sonreí, divertida. Habían pasado tres meses. –Ni siquiera nos conocíamos. –suspiré, aunque después me invadieron ciertos recuerdos y desvié la vista al pelirrojo. –Y los que nos conocíamos no nos llevábamos precisamente bien. –Castiel  y yo nos sonreímos de lado, intercambiando miradas cómplice. Después, mis ojos se fijaron en los de Alex.

-Sí, ya… he estado ocupado, ya sabes, trabajo y eso. –sonrió mi amigo, rascándose la nuca con una risilla nerviosa. –Lo siento, Ophs, he venido en cuanto he tenido unos días libres… Ya sabes lo jodida que está la cosa en el sur. –comentó, encogiéndose de hombros. 

A eso no pude quitarle razón. Respiré hondo y asentí, conforme. Alex trabajaba de sol a sol desde que lo conocía, cuando nosotros teníamos unos diez años y él doce. Ni siquiera podría enumerar los distintos oficios que había desempeñado el castaño desde crío, pero así era la vida para la gente del sur, especialmente si eras huérfano como él.

-En fin, aquí está. –dijo tras unos instantes de silencio, quitándose la destartalada mochila que llevaba a los hombros para sacar de ella un paquete envuelto en… periódico.

-No tenías que comprarme nada, idiota. –gruñí en voz baja, aunque no podía negar que me hacía ilusión recibir un regalo, como a todo el mundo. Pronto tuve el paquete en mis manos, y comprobé que estaba blandito y no pesaba mucho. El resto del grupo lo miraba con curiosidad, hasta que rompí el papel para descubrir el interior. Cuando tuve la camiseta ante mí, tuve que echarme a reír.

-¡Jack Daniel's! –reí más fuerte. –Eres un cabrón, Alex. –le sonreí, antes de abrazarle. –Muchas gracias.

-De nada, pequeñaja. –sonrió cuando nos separamos. -La vi y me acordé de ti… bueno, de vosotros. A Ethan le regalé la misma pero de tío. –me confesó, y ambos nos echamos a reír.

-O sea, que en realidad eres alcohólica. Eso lo explica todo…–bufó el pelirrojo, detrás de mí.

El castaño y yo compartimos miradas cómplices.

-Bueno… no exactamente… -empecé, más Alex me interrumpió.

-Digamos que la pequeña Ophs se transforma cuando le dan whiskey. –sonrió misterioso mi amigo, pasándome el brazo por los hombros.

-No soy pequeña. –mascullé, pero pasaron de mí.

Leth fue la primera en romper a reír, con aquella risa suya que podía darle miedo a quien no la conociera.

-¡Yo quiero emborrachar a Ophelia! –exclamó, dando saltitos de entusiasmo.

-Bueno, podríamos salir una noche… Ophelia no ha ido aún al Búnker. –consideró Lysandro, pensativo. 
Leth manifestó su acuerdo asintiendo con ganas. Los miré a los tres sin entender de qué hablaban.

-Es un pub. –informó secamente el pelirrojo.

-Oh. Pues el nombre no inspira mucha confianza. –bromeé.

Alex sonrió ampliamente y me miró.

-Será parecido al Devil’s Mouth de Elvenpath.

El entusiasmo de Leth nos sorprendió de nuevo cuando saltó para subirse a mis hombros.

-¡Sii! ¡Al Búnker con Ophs! –chilló. -¿Nos vamos ya? ¿O esta noche?

Y mientras la morena hablaba tan tranquila, yo me las vi negra para mantenerme en pie con ella encima.

-L-leth… bájate. –gimoteé, luchando por no perder el equilibrio y ceder ante su peso. ”No, por dios, otra vez al suelo no…”

-Hoy es jueves. –murmuró Lysandro. –Yo tengo asuntos que atender…

-Mejor mañana. –confirmó el pelirrojo, con aburrimiento. Y ante esto, Leth saltó al fin de mis hombros.

-Bueeno, cómo queráis. –suspiró, rindiéndose, pero en seguida volvió a estar animada. -¿Puedo avisar a alguien para que venga con nosotros? –preguntó, volviéndose a mí como si yo fuera la que tuviera que decidirlo.

-Em… supongo. –accedí, encogiéndome de hombros. No es que me hiciera mucha gracia que se trajera a alguien ajeno al grupo, pero tampoco me iba a poner en plan dictadora.

-A mí también me gustaría llevar a alguien. –corroboró Lysandro.

-Seh, yo también. –dijo Castiel.

Miré a uno y a otro alternativamente.

-Bueno… Yo me llevo a Alex, así que seremos el doble. –sonreí, levemente. ¿Pero a quién coño iban a llevar?

-Sí, por cierto… me quedo en tu casa. –sonrió con inocencia el mencionado.

La alarma que indicaba el final del recreo sonó entonces, sacándonos de nuestra conversación.

-¡A clase! –canturreó Leth, agarrando a Lys y Cast de la manga. Se alejó unos pasos, hasta que se dio cuenta de que yo me había quedado en el sitio. -¿Tú no entras? –cuestionó entonces, ladeando la cabeza.

Algo hizo “click” en mi mente, y recordé exactamente lo que tenía que hacer.

-Nop, hay una cosa que tengo que mirar por aquí… luego me iré a casa –miré a Alex. –a ponerme al día con éste. –devolví la vista a Leth para sonreír de lado. –Nos vemos mañana.

La morena suspiró, obviamente desconforme con mi decisión de faltar a clase, para variar. Pronto perdí al trío de vista, y el patio se fue vaciando poco a poco mientras volvía a entablar conversación con Alex.

-¿Qué es lo que sabes? –susurré, volviendo a la seriedad de nuestra inconclusa charla anterior. Los cristalinos ojos de Alex hablaban mejor que su boca: estaba preocupado, muy preocupado.

Mi amigo miró al suelo unos instantes, con el ceño levemente fruncido, como pensando profundamente lo que iba a decir.

-Sé que Anthony vino a Amoris Ville. –confesó al final, alzando la vista para enfocar el azul de su iris directamente en mi violeta. Tragué saliva, pero fui incapaz de apartar la mirada, sabía que él  podría leer la verdad en mis ojos. –Joder, Ophs… -gimoteó, adelantándose un paso para cogerme por los hombros y agacharse, pudiendo observar mi rostro más de cerca. –Dime que no te tocó un pelo.

Mis labios permanecieron sellados, mi expresión era una máscara inmutable.

-¿Lo sabe mi hermano? –murmuré, impasible.

-No, al menos no cuando yo lo vi. Me enteré hace poco… -contestó, resoplando y separándose de mí. Apartó la vista y se revolvió el pelo, nervioso.

-Y por eso has venido. –entendí. Saber que Ethan no estaba al corriente de esa información me produjo un inmenso alivio, pero fue momentáneo. Habían pasado dos semanas desde que Alex lo vio, ¿y si se había enterado desde entonces? Empecé a rascarme los brazos con nerviosismo al planteármelo.

-Eh, ¿no tenías que hacer algo antes de ir a tu casa? –recordó el castaño de pronto. Di un respingo cuando lo mencionó.

-¡Mierda! –solté. –Vale, espérame fuera del recinto. Tengo que fingir estar agonizando para que me dejen salir. –bromeé, despidiéndome de él con nuestro típico choque de puños. Costumbres de los barrios bajos, supongo.

Obedeció, y pronto lo perdí de vista mientras me adentraba en el interior del instituto. En realidad tenía que hacer algo más que conseguir un justificante para salir. Vamos, había saltado esa valla mil veces, el justificante no era necesario, no para mí. Sólo era una excusa para entrar en la sala de delegados. Según las chicas, habían mandado a Nathaniel a casa al principio de la mañana,  así que fuese quien fuese el que sustituyera al delegado, sería más que fácil engañarle para que me consiguiera un justificante.

Además, le pediría que buscase a la profesora de inglés que me había visto desfallecer en clase para que ésta le corroborara que estaba enferma. Mientras el despacho permaneciera vacío, tenía vía libre para buscar mi verdadero objetivo: los informes escolares de Castiel, Lysandro y Leth. No, joder, no quería cotillear, era más complicado que eso… Temía que Nathaniel se los hubiese dado a Anthony. Lo temía de verdad. En esos informes aparecían sus direcciones, en manos de Anthony era absolutamente peligroso. Si no los encontraba, comprobaría que Nathaniel se los había dado, y tendríamos que buscar un lugar seguro donde quedarnos… Uno que sólo conociésemos nosotros. No iba a permitir que nadie les hiciera daño, tomaría todas las prevenciones necesarias para protegerlos.

Así pues, con todo el plan perfectamente formado en mi cabeza, llamé a la puerta del delegado.

Y todo el plan se fue al traste cuando me encontré directamente con los ojos ambarinos de Nathaniel.

Ambos permanecimos congelados unos segundos, el rubio retrocedió unos cuantos pasos al verme, en un acto reflejo. Resoplé y gruñí, frustrada al ver que las cosas nunca podían salir como quería, y me adentré en el despacho cerrando la puerta tras de mí.

-¿Qué es lo que quieres? –siseó él, tratando de recuperar la compostura, fingiendo que no le aterraba mi presencia.

-Tú no deberías estar aquí. –mascullé, con el ceño tan fruncido que me dolía la cabeza. –Se supone que no estabas aquí.

Nathaniel continuó huyendo disimuladamente de mí, retrocediendo a cada paso que yo me acercaba. Acabó por caminar hasta colocarse detrás de su escritorio, como si el mueble pudiera protegerlo de mí.

-No podía permitirme perder clase por esto. –gruñó, girando el rostro para que pudiese contemplar el golpe.

Me fijé entonces en el imponente moratón de su cara, y la línea de mis labios describió una sonrisa cruel. Tenía la zona más allá del ojo hasta el final del pómulo hinchada y enrojecida, con tonos morados. 

“Oh, mi color favorito.”

-¿Qué es lo que quieres? –repitió, perdiendo la paciencia, obviamente ansioso por que desapareciera de su vista.

Me acerqué más a la mesa, quedando cara a cara con él, y apoyé las manos en la superficie, observándolo con insistencia. Tardé un poco en hablar.

-Quiero un justificante, tengo que irme. –contesté, completamente seria e inflexible.

Conseguiría mi objetivo, aunque tuviese que variar el plan. Quizá el cambio no fuese malo del todo, tenía un tema pendiente con el delegado. Mataría dos pájaros de un tiro. El rubio estaba incrédulo.

-¿Y por qué iba a dártelo? –recalcó.

Ladeé la cabeza y sonreí con sorna.

-Nathaniel… ¿en serio insistes en ser mi enemigo? ¿No has aprendido nada? –me burlé, rodeando la mesa con desesperante tranquilidad. De nuevo, él huyó de mí, pero yo fui más rápida y lo agarré de la corbata. –No me jodas, rubiales, ayer fui benévola contigo, pero estás agotando mi paciencia. –siseé, mirándolo fijamente con los ojos entrecerrados. Después tiré de él para conseguir que se sentase en su silla de ruedecitas de escritorio. –Escúchame bien. –ordené, y estaba tan pasmado que no tenía más remedio que obedecer. Me agaché para que quedásemos a la misma altura, hablándole muy de cerca. –Usé tu móvil ayer, el que te dio Anthony. Él ya sabe que te he descubierto, no le eres útil. ¿Y tienes idea de qué hace Macabria con la gente que no le sirve? –Esperé a que respondiera, con una sonrisa de irónica dulzura, no lo hizo.-Sabes demasiado, ¿qué te hace pensar que ese simpático rapado no va a venir a eliminarte? –Nathaniel abrió mucho los ojos. Asentí, aun con aquella sonrisa cariñosa. –Lo vas entendiendo, muy bien. –le felicité, como si de un niño se tratase. Después me incorporé y caminé tranquilamente por el despacho, con los brazos cruzados. –Por desgracia para ti, ahora soy tu mejor opción. Ponerte en mi contra supondrá tu muerte segura. –sonreí de lado y giré el rostro para mirarle. –A mí no me importaría, para qué te voy a mentir. –confesé, con una leve risa. –Pero me serás más útil vivo, si asumes que tú única opción es ponerte de mi lado. –resoplé y avancé con el mismo paso tranquilo hasta quedar de nuevo frente a la mesa. –Yo puedo ofrecerte protección, Nathaniel. En mi guerra personal contra esos psicópatas, no me importa protegerte a ti también, si accedes a colaborar. No soy una buena persona –suspiré. – no hago nada por nadie si no recibo algo a cambio.

Por fin, me callé. Mirándolo a los ojos, a la espera de su respuesta. El rubio tragó saliva y se llevó dos dedos al entrecejo, frotándoselo como si así consiguiera aclarar sus pensamientos.

Di por hecho el resultado de su decisión, su odio incondicional por mí –y por Castiel, todo sea dicho- , le impedía aceptar el trato directamente, decirme que colaboraríamos. Así que le puse las cosas más fáciles.

-Muy bien, lo primero que puedes hacer por mí ahora que somos “socios” es decirme si Anthony ha visto los archivos escolares de Castiel, Leth y Lysandro. –dije, directa al grano.

Nathaniel levantó la vista, el ámbar de su mirada irradiaba odio, pero se vio obligado a contestar.

-No.

Y eso me dijo todo lo que necesitaba. De forma indirecta, significaba que había aceptado. La información me tranquilizó con creces, así que pude tomar asiento frente a la mesa del delegado de una vez. Puse los codos sobre la superficie y reposé la cabeza en mis manos, acunando mi frente.

-Anthony no me los pidió. Eso sólo puede significar que ya sabe todo lo que tenía que saber sobre ellos. –terminó de responder.

-O que no le interesa saberlo por el momento. –le contradije yo, queriendo creer desesperadamente que mis amigos estaban a salvo en sus propias casas.

-Que no haya leído los informes no quiere decir que no se haya enterado por otra fuente. –insistió. Negué con la cabeza, buscando una forma de convencerme a mí misma de que no era así. –Por mucho que tú quieras, no están a salvo. Ninguno lo estamos… -susurró las últimas palabras. Echándose hacia atrás en su silla, pensativo. –Sólo tienes diecisiete años, ¿cómo has conseguido meterte en algo así? –continuó con el tono bajo, incrédulo. –Has traído la desgracia a Amoris Ville. Si quieres a tus amigos deberías marcharte. –masculló entre dientes, volviendo a su acostumbrado odio hacia mí.

No quería oír aquello, no podía. Si quería mantenerme firme, sin dudas, no podía oír si quiera esa posibilidad. Así que me levanté, con intención de cortar la conversación de una vez por todas.

-El justificante, Nathaniel. –le recordé. –Por cierto, estoy enferma de verdad. Si quieres, preguntarle a la profesora de inglés. –sonreí. –¿Ves? Ni siquiera te pido que falles en tus labores de delegado.

Mientras decía la última frase, el rubio ya estaba firmando el justificante a regañadientes. Obedecer sin duda era lo que mejor se le daba. Todo lo contrario que a mí. Lo cogí de un tiró y le dediqué un guiño juguetón, demostrándole el nulo efecto que habían surtido sus palabras en mí.

Eché a caminar sin volver a mirarle, pero su voz me obligó a detenerme.

-Te crees la dueña del mundo, ¿verdad? Crees que estás por encima del bien y del mal, por encima de la moral y la ley. –empezó, y por la ira contenida de su voz se notaba cuantísimo le molestaba mi actitud. –Pues no funciona así. El mundo se rige por unas normas. Tú solo eres un pez más en el agua, y si sigues así te acabarán aplastando.

Me giré con una leve sonrisa burlona en los labios.

-Que lo intenten. –solté con seguridad, aunque luego suspiré. –Entiendo tu envidia, Nath. Algún día deberías probar a vivir, es más divertido que encadenarte a las normas. 

-¿Divertido? –se burló. –Tienes a un grupo de terroristas persiguiéndote para hacerte daño, yo no lo consideraría divertido.

Solté un bufido, dejando constancia de lo equivocadas que encontraba sus palabras.

-Algunas preferimos sentir dolor a no sentir nada en absoluto. –me encogí de hombros. –Quizá esté loca, pero prefiero que la vida me de mil vueltas a quedarme atascada en un mundo de relojes parados. –lo miré por encima del hombro. –Justo donde estás tú. ¿No te aburres, Nath? Yo me suicidaría si tuviera tu vida. 

El rubio separó los labios como dispuesto a decir algo más, a rebatirme, pero no pudo, acababa de desmontar sus esquemas por completo. Con una sonrisa triunfante, le di la espalda para –esta vez sí- largarme del despacho.

En la calle me encontré con Alex, quien no hizo preguntas. Caminamos hasta una calle cercana, donde el castaño había dejado su Harley. Acaricié la moto cuando la vi. Tenía muchos años, pero Alex la cuidaba con un mimo sorprendente. Después de todo, había sido mecánico, sabía perfectamente cómo conservar su preciosa moto por muchos años que pasaran. Subí detrás de él, y aquello me recordó inevitablemente al verano que pasamos Alex, Ethan y yo como locos con la Harley, cuando Alex nos enseñó a ambos a montar, aunque no tuviésemos edad para conducirla.

Al llegar a mi piso, Alex se ofreció a hacer la comida –o más bien me obligó a dejarle hacer la comida-, cosa que agradecí puesto que él sabía cocinar, y yo no. Hizo espaguetis a la carbonara para un regimiento, tanto que de no ser porque Alex era un pozo sin fondo, habrían sobrado.

La tarde fue agradable, durante la comida y me estuvo contando cómo le había ido en Elvenpath después de nuestra marcha, y por suerte no había sufrido ningún incidente. Imaginé que Ezequiel debía estar demasiado ocupado con su venganza contra mí como para perder el tiempo con Alex. Y menos mal. Por otro lado, el castaño había estado trabajando esos meses haciendo muebles en una fábrica, sillas en su mayoría. Para él era coser y cantar, dudo que hubiera algo que Alex no supiera hacer a esas alturas.

En cualquier caso, la agradable charla fue variando, poco a poco, hasta llegar al camino que yo no quería que tomara: hablar de Ezequiel.

-Sí, la noticia nos llegó esta mañana… No sé quién se enteró primero, pero ya sabes como es el Sur, y más con el tema del Líder de la Rebelión: la noticia se expande como el humo. –suspiró, con la mirada perdida en la televisión apagada. Me revolví en al sofá, hasta apoyar los pies y abrazarme las rodillas.

-¿Quieres té? –fue lo primero que dije, deseando salir de aquella conversación. No quería oír más del tema, ¡no quería!

Alex se giró con el ceño levemente fruncido, algo molesto ante la idea de que no le estuviera escuchando, pero acabó por sonreírme levemente y asentir.

Bajé los pies del sofá para enfundarlos en mis zapatillas de gatitos grises, y eché a andar a la cocina, mi amigo vino tras de mí, trayendo los platos de la comida para fregarlos.

Mientras yo metía dos tazas con agua en el microondas, él encendió el grifo y le echó jabón al estropajo.

-Como imaginarás, a la gente del sur no le ha hecho ninguna gracia lo de Ezequiel. –siguió hablando, por desgracia para mí. –Ha habido mucho revuelo esta mañana, Ophs… Por eso he venido, lo antes posible.
El microondas pitó, pero yo permanecí estática, me veía incapaz de mover un músculo. ¿TODO el Sur contra mí? ¿Cómo coño me iba a enfrentar a eso?

Alex notó mi espanto. Cerró el grifo, dejó los platos ya limpios en la escurridera, se secó las manos con un trapo de cocina, y se volvió a mí.


-La cosa está muy chunga, Ophs… -susurró, tan serio que daba miedo. –Deberías retractarte, quitar todas las pruebas que tenías contra Ezequiel para que lo dejen en cadena perpetua, eso apaciguaría a la gente…

Aquello no me gustó, no me gustó nada. Había luchado con todas mis fuerzas para que el jurado tomase esa decisión, su muerte era mi único consuelo, lo único que aliviaría el dolor que me había causado. Por eso, no pude callarme más.

-No me digas que vienes a interceder por él. –murmuré patidifusa, alejándome un par de pasos.

La mirada de Alex se oscureció.

-Ophelia… No es que esté de su lado… -comenzó. –Sólo quiero que te lo replantees. –aseguró, intentando posar su mano sobre mi hombro en gesto confidencial. Me deshice de su agarre de un manotazo.

-¡¿Qué me lo replantee?! ¡Se lo merece, Alex! Es exactamente lo que queríamos, ¿qué coño pasa contigo?

-Tranquilízate. –me pidió mi amigo. –No estoy de su lado. –repitió, como si eso fuese a relajarme. –Pero creo que te has pasado.

No podía creérmelo. Le di la espalda y tuve que apoyarme en la encimera para calmarme y no abalanzarme sobre él para golpearle como si no hubiera mañana. Me sentía terriblemente traicionada, un agujero se había abierto en mi estómago. Sola, estaba sola.

-Ya lo entiendo… -musité entonces. –Sólo nos ayudaste porque fue Ethan el que te lo pidió. –sonreí con amargura. –Te da exactamente igual lo que yo haya sufrido en manos de ese malnacido. Sólo lo hiciste por Ethan.

-Eso no es así. Te ayudé porque te quiero, Ophelia, sabes que eres como una hermana para mí. –murmuró, atreviéndose a avanzar hasta quedar detrás de mí. Meneé la cabeza y me incorporé para girar y mirarle.

-Pero no quieres que muera. –escupí las palabras. –Tú no odias a Ezequiel, aún lo admiras. –solté un bufido. –Jodes, pues claro que lo admiras, ¡eres uno de ellos, al fin y al cabo!

-Por supuesto que no. –sentenció. -No quieres matarlo. –me susurró, frotando con cariño mis brazos.

-Sí que quiero, Alex… Tú no has pasado por lo que yo… -cerré los ojos para evitar que comenzaran a segregar lágrimas. –No puedo perdonarle.

Mi voz sonó tan afectada que el castaño me envolvió en sus brazos sin dudarlo.

-Lo entiendo, pequeña, pero… -lo sentí resoplar contra mi cabello, pues estaba fuertemente enterrada en su pecho. –Si Ezequiel muere en la silla, pasarás el resto de tu vida lamentándote. No pasará un día en el que no te sientas culpable. Porque una vez hecho, no hay vuelta atrás, él no volverá por más que te duela… Y te conozco, Ophelia, tú no eres mala. No eres como él, no eres una asesina.

La verdad, dicha de una forma tan clara, terminó por romper mis defensas, dejándome sola con mis debilidades y dudas. Acabé por romper a llorar el pecho de Alex.

-No sé que otra cosa hacer. –sollocé, con la voz ahogada aún por su abrazo.

-Ophs, ¿has pensado en las consecuencias? ¿Has pensado en lo que harán los demás cuando Ezequiel muera por tu culpa?

-¿Qué más me van a hacer?

-No a ti, no directamente… Pero, ¿y lo que le pueden hacer a alguno de tus amigos? Ya no son sólo Macabria, todos los simpatizantes con la rebelión… Todos ellos vendrán a por ti. Y si están al mando de Anthony… Torturarán a tus amigos, a Castiel, Lysandro y Leth, eso para conseguir que retires las pruebas contra Ezequiel, y si no lo haces los matarán a todos.

-¡No! –aparté al castaño de un empujón, como si con eso pudiese apartar de mí sus palabras. –Encontraremos un lugar donde escondernos. –aseguré. –Hasta que Ezequiel muera de una maldita vez, hasta que se olviden de mí…

-¿Vas encerrar a tus amigos en un sótano como si fuesen judíos en la Segunda Guerra Mundial? –cuestionó, alzando una ceja con incredulidad.

-B-bueno… También conseguiré armas, podemos luchar…

-¿Vosotros cuatro contra todo el Sur de Elvenpath? Ophs, te quiero, y sé que eres una chica fuerte y… Por dios, siempre has sido la más sensata de nosotros tres. –sonrió de lado. “Nosotros tres”; Ethan, Alex y yo. Éramos uña y carne, ya antes de que mi hermano se uniese a las filas de Macabria. –Pero lo que dices no tiene sentido. –murmuró después, con cierta pena.

Lo miré fijamente, sin dejar que sus dudas me afectasen.

-No me voy a retractar, Alex, no ahora que estoy tan cerca de ver a ese hijo de puta morir. Voy a luchar, ¿me oyes? Aunque sea yo sola contra el mundo entero. –sentencié, completamente convencida, negándome en redondo a la rendición.

Con todo mi orgullo y decisión, abrí el microondas y saqué por fin las dos tazas. Abrí el armario con la misma determinación, sólo para descubrir que…

-No tengo té.

Pues claro que no tenía té, ya lo había comprobado esa mañana.

El castaño se echó a reír detrás de mí, y me abrazó por la espalda, proponiendo ir al supermercado ipso-facto. Fuimos los dos, y de paso compramos comida para hacer la cena. Así pasé el resto del día del jueves, volviendo a hablar de trivialidades con el que fue mi mejor amigo... antes de conocer a Castiel. En ese tiempo, también le conté las aventuras y desdichas que había pasado en lo que llevaba de curso, y Alex me escuchó casi sin pestañear. Eso sí, no mencioné que Anthony me había puesto la mano encima… Pero sí que le conté que vino a amenazarme y el pelirrojo me salvó el culo. También le hablé de Iris y mi maravilloso intento de asesinato, igual que de Nathaniel, terminando por contarle que ahora estaba de mi parte, por narices. Pasamos un buen rato riéndonos con el episodio del calabozo y los policías babosos y raritos.

El reloj daba las doce y cuarto cuando decidí que era hora de irnos a la cama, después de todo al día siguiente tenía clase. Yo dormí en mi cama, y mi amigo no tuvo más remedio que acostarse en el sofá, con los cojines que me había comprado Rosalya a modo de almohada, y con un par de mantas moradas y negras –también de Rosa- para taparse. Por mi parte, me hice un ovillo en las sábanas, con Lincourt a mi lado –el cual se había pasado la tarde desaparecido porque no soportaba a Alex-.


Eran las cuatro cuando mis propios gritos me despertaron. Las imágenes de carne lacerada, sangre y gente riéndose seguían martilleando mi cerebro, por más vueltas que diera. Acabé por incorporarme, con los sollozos amenazando con salir de mi garganta. Ante el jaleo que formé, pronto la figura de Alex irrumpió en mi habitación. Encendí la luz de la lamparita para mirarle a través de las lágrimas.

Mi amigo se sentó a mi lado en la cama.

-¿Estás bien? –susurró. -¿Has tenido una pesadilla?

No pude hablar, sólo asentir. El castaño suspiró, con el ceño fruncido por la preocupación, y se echó a mi lado, obligándome a tumbarme para calmarme.

-Venga, intenta dormir… No pasa nada, Ophs, estoy aquí. –murmuró con suavidad, abrazándome en gesto protector.

Y él no tardo mucho en volver a dormirse; yo, para variar, no pude.

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Cuando amaneció el viernes, fui incapaz de levantarme. No sólo porque Alex ocupaba toda la cama y tenía el brazo sobre mí, aplastándome e impidiéndome cualquier salida, sino por el cansancio que tenía encima. Así que no fui a clase. Me pasé todo el día en pijama con mi amigo, viendo la televisión, hablando y hablando… Un día relajado. Incluso pude componer un rato mientras Alex dormía la siesta después de comer. Me sentía segura con él por allí, tanto que pensé en secuestrarlo para que no volviera a Elvenpath.

Mientras yo me perdía entre las líneas de mis propias composiciones, mi móvil empezó a sonar, vibrando y moviéndose por la mesa del comedor. Lo cogí antes de que el ruido despertara a mi amigo, que seguía roncando en el sofá.

Mientras yo me perdía entre las líneas de mis propias composiciones, mi móvil empezó a sonar, vibrando y moviéndose por ello por la mesa del comedor. Lo cogí antes de que el ruido despertara a mi amigo, que seguía roncando en el sofá.

-¿Sí? –susurré.

-¡Ophs! ¿A qué hora pasamos a por ti? … ¡Y muy mal por no venir a clase! –habló rápidamente la conocida voz al otro lado del teléfono. Me arrancó una amplia sonrisa.

-Hola, Leth. –saludé, aun en voz baja. –Podríais venir para cenar,  ayer Alex y yo compramos comida de sobra. –reí levemente. Era cierto, quizá se nos había ido la mano… Pero al elvenpathita le encantaba cocinar, más si era para mucha gente. En las reuniones de Macabria solía hacer comida para todo el mundo, y mira que los chicos comían como hienas. Me recordé a mí misma que ahora eran mis enemigos, para evitar volver a recordarles con un aprecio que ni de lejos se merecían.

-¿Nos invitas a cenar otra vez? –exclamó entusiasmada la morena. –Espera, se los digo a los otros. –dijo, y la oí comentárselo a los demás, quienes aceptaron sin dudarlo. –Dicen que sí. –informó.

-Okis. –sonreí. –Em… Leth, ¿es que habéis quedado? –cuestioné después, de ser así, me molestaba que no me hubieran avisado.

-¡Síp! Estamos ensayando, pero nos vamos ya.

De alguna forma, eso me dolió.

-Ah… vale, gracias por decírmelo. –gruñí. –Veniros sobre las nueve. –y dicho esto, colgué.

¿Por qué coño habían quedado sin mí? Alex y yo podríamos haber ido… Yo quería seguir aprendiendo bajo, y Alex podría darle una lección de guitarra a Castiel, después de todo había sido el guitarrista de Macabria desde antes de que mi hermano se uniese a ellos como segunda guitarra.

Se me cortó la inspiración, y no pude componer nada más. En lugar de eso, desperté a Alex para mitigar el sentimiento de soledad que se me había metido bajo la piel después de descubrir que los Nadie no me habían avisado.

Alex ayudó a que me olvidara de aquel golpe, y para las nueve ya estaba recuperada. Llamaron al timbre como cinco veces seguidas, hasta que llegué corriendo y les abrí. Yo ya estaba arreglada para salir, me había enfundado en unos ajustados pantalones de cuero y me había puesto la camiseta de Jack Daniel’s que me había regalado Alex, mis ojos estaban remarcados con negro y una ligera sombra morada, bordeados de eye-liner que me otorgaba una mirada felina. Incluso llevaba brillo de labios. En el cuello, mi collar de pinchos, igual que llevaba las pulseras de pinchos en las muñecas, y mis manos aún cubiertas por los guantes de cuero sin dedos, de esos de motera. Por supuesto, mis pies los protegían mis preciosas New Rock. Lo cierto es que estaba muy animada con la idea de salir a la noche de Amoris Ville.

Por la puerta entraron Lysandro, Leth y Castiel, quien apenas me miró, tras los que aparecieron sus invitados: Momoko, Rosalya, Leight e… Iris.

Sí, aquella noche tenía ganas de prenderle fuego a la ciudad, especialmente si entre las llamas se encontraba la pelirroja. Cualquier cosa podría salir de juntar a esa gente, a mí, y al Jack Daniel’s. Cualquier cosa, pero nada bueno.